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9.11.14

SÍNTESIS DOMINICANA (Endecasílabos)


SÍNTESIS DOMINICANA

Si en un veloz fulgor imaginario
trasladarte pudieras al pasado
y mirando de cerca a tus ancestros

nativos, españoles y africanos;
que no eres español podrías notarlo
ni exactamente igual a aquel nativo
ni exactamente como aquel esclavo
y aunque de ser los tres no hayas dejado
producto nuevo eres conformado
en el crisol del tiempo elaborado.


Pedro Samuel Rodríguez 

3.11.14

POBREZA COLONIAL Y MESTIZAJE - Una República Colonial, cap. III: Pedro Samuel Rodríguez R.



UNA REPUBLICA COLONIAL  - APERTURAS, CAMBIOS Y ADECUACIONES

Formalmente no existe un sistema “colonial republicano”;
pero, ¿cómo llamar al sistema socio político de una nación cuyo influjo colonial
aún gravita en las estructuras de su presente condición de república?


Pedro Samuel Rodríguez-Reyes


Capítulo III

POBREZA COLONIAL Y MESTIZAJE

La cercanía de amos y esclavos alentó el mestizaje.
La pobreza operó como resorte que aproximó a libres,
libertos y esclavos o a blancos, mulatos y negros.
Roberto Cassá; Historiador y Académico dominicano


Nos adscribimos a la hipótesis que plantea que la pobreza de la colonia de Santo Domingo, más que un problema, una tara o un estigma, tuvo resultados positivos en el devenir histórico del pueblo dominicano. En adición, postulamos, que el mestizaje y la hibridación cultural, pueden garantizar un modelo de convivencia más armónico al interior de un conglomerado humano de origen multiétnico.

En la colonia española de Santo Domingo de mediados del siglo XVI, condiciones históricas objetivas como pobreza, despoblación y aislamiento dieron paso a un intenso mestizaje, y éste determinó el surgimiento de unos particulares rasgos culturales que, en función de valores sociales, disminuyó sensiblemente la posibilidad de aparición de relaciones sociales marcadas por el odio racial, la extrema intolerancia o la segregación radical, como hubiese sido previsible que sucediese al interior de aquel conglomerado compuesto de razas y culturas contrastantes que recién empezaban a interactuar.

Tras la aparición de esas condiciones históricas, la sociedad dominicana fue conformando sus propios niveles de convivencia y sus propios parámetros de tolerancia racial, los cuales fueron diferenciándose de las otras sociedades vecinas.

La aparición de esos valores sociales en La Española fue posible debido a la conjunción de un sistema colonial esclavista ejercido en casi permanente y generalizada ruina, como aconteció de modo particular en nuestro territorio a partir de apenas transcurridas las primeras décadas de la administración colonial.

Por otra parte, existen evidencias suficientes como para poder afirmar que uno de los principales motivos del temprano fracaso económico de la colonia española de Santo Domingo, consistió en el masivo éxodo de sus colonos hacia los vastos y ricos territorios que en esos tiempos España descubría y conquistaba en Tierra Firme. Así, la emigración en busca de fortuna hacia los nuevos territorios continentales de México, Perú, Florida y otros lugares, ocasiona la despoblación; esa despoblación genera, a la vez, aislamiento y ruina, y ello, entonces, prepara las condiciones para un intenso proceso de mezcla racial entre los escasos individuos de etnias diversas que aquí permanecían.

La conjunción de pobreza y mestizaje fue entonces definiendo el escenario que impidió el surgimiento de una polarización racial que en un momento dado hubiese enfrentado a esclavos negros y colonos blancos.

Examinemos, pues, cuáles podrían haber sido los posibles nexos entre el casi inmediato desplome de las expectativas económicas de España respecto a la isla de Santo Domingo, el éxodo, la despoblación, la pobreza, el aislamiento, y el mestizaje.


1- Una colonia atípica:

Se ha dicho que la historia es acumulativa y que sus procesos dejan huellas a través del tiempo. De ser así, y articulando temporalidades, debe existir una estrecha conexión entre la historia dominicana y algunas de las características fundamentales del pueblo dominicano de hoy, como sugieren los novedosos trabajos de investigadores de la historia de las mentalidades colectivas, disciplina que pretende estudiar cada vez menos la sicología de “los grandes hombres” y las llamadas “expresiones superiores del espíritu humano”, para extenderse a los aspectos cotidianos y prosaicos de la sicología social como estrategia para abordar la síntesis de la historia. Así, la recién denominada Psicohistoria a cuyos postulados se adhieren, entre otros, historiadores como el francés Robert Mandrou (1921-1984), pretenden entender el engranaje entre psiquismo e historia, es decir, los modos cómo los individuos experimentaron psicológicamente sus condiciones históricas objetivas y la posible incidencia en la historia de dichas modulaciones psicológicas (1).

Se trata, pues, del estudio del origen de los rasgos de la sicología colectiva de determinado conjunto histórico-social; de la prolongación de sus influencias, y sobre todo, del examen de los procesos históricos que conformarían tales rasgos colectivos y de cómo éstos influyen en la historia misma.

Observemos, como marco general, algunos señalamientos de específicos procesos de nuestra historia y las posibles huellas que partiendo desde tales procesos habrían de prolongarse hasta el presente.

Así, podríamos empezar indicando que, en sentido general, el objetivo de toda colonia fue la explotación al máximo de sus recursos a través del trabajo intensivo de sus esclavos. En su concepción ideal, esa explotación debe producir riqueza. La conjunción de riqueza y esclavitud produce, necesariamente, odios sociales profundos. La colonia española de Santo Domingo, por el contrario, fue un fracaso económico, y por consiguiente, una colonia atípica largamente subsidiada en donde se generó la conformación de unos amos y de unos esclavos igualmente atípicos; de unas relaciones entre éstos de igual naturaleza, en cuya matriz colonial fueron forjándose muchas de las particularidades fundamentales de nuestra cultura y las de nuestra idiosincrasia del presente.

Veamos brevemente los efectos que algunos eventos de nuestra historia tuvieron en cuanto al surgimiento de las condiciones que facilitaron el inicio del proceso de fusión de las razas aquí encontradas y de la consecuente hibridación cultural.

Pero antes, creemos necesario señalar que el proceso de formación de la cultura dominicana no parece coincidir necesariamente con el fenómeno latinoamericano de la "Transculturación", que, "como proceso transitivo de una cultura a otra", ha propuesto el antropólogo cubano Fernando Ortíz.

Decimos esto, porque no observamos plena coincidencia entre el proceso de la conformación de la cultura dominicana y las tres etapas que, según Ortíz, se identifican en la "Transculturación", cuyas etapas son:

a) "Pérdida parcial de la cultura receptora originaria".
-No hay coincidencia porque resulta que en Santo Domingo, la cultura receptora originaria, la nativa Taína, desapareció muy tempranamente, y, por tanto, tuvo escasa influencia en los procesos posteriores.

b) "Incorporación de la cultura originaria a la cultura externa".
-No hay coincidencia porque en La Española fueron externas las culturas que protagonizaron el proceso de formación de la cultura criolla, es decir, españoles y africanos.

c) "El esfuerzo de recomposición mediante el manejo de los elementos que sobreviven de la cultura originaria y los que vienen de fuera".
-No hay coincidencia con el caso dominicano porque, como hemos dicho, en Santo Domingo, los extranjeros africanos y españoles, fueron quienes básicamente hicieron el esfuerzo de recomposición cultural.

Ciertamente, en Santo Domingo hubo pérdidas culturales, selecciones, redescubrimientos e incorporaciones que se resolvieron en el marco de una reestructuración general del sistema cultural, pero, sus protagonistas fueron otros, fundamentalmente extranjeros, y cuyo proceso se verificó, no con simples contactos (como el proceso de "Aculturación" planteado por J.W.Powells), sino mediante una función más radical: la fusión étnica y cultural.

Retomando ahora el caso que nos ocupa, y visto a grandes rasgos, desde mediados del siglo XVI ya existían los antecedentes estructurantes de la conformación del sustrato cultural criollo, imbricado, primero, en la temprana desaparición del conglomerado aborigen por motivos diversos y, poco después, en el descenso cuantitativo del colectivo de esclavos negros por, entre otros causas, una intensa absorción en el proceso de mestizaje. Ello, como en términos generales lo ha expresado el historiados dominicano Roberto Cassá, “plasmó la desaparición de una posible polaridad constituida por minorías blancas y unas mayorías negras, llegándose en el siguiente siglo XVII a determinarse un perfil étno-demográfico constituido por una población de mulatos del 80%, una de esclavos del 10% y una menor proporción de blancos” (2).

El siglo XVII, fue entonces, clave en la conformación de esa población mayoritaria mezclada-mulata; clave en el reprocesamiento de los aportes culturales hispánicos y africanos vigentes hasta entonces, y clave en la consecuente constitución de novedosos patrones culturales locales. No sería aventurado decir que el actual pueblo dominicano es hijo de los hechos y de los eventos acaecidos en aquel siglo XVII en donde convergió simultáneamente el heroísmo y la supervivencia, las amenazas externas, la angustia, la extrema pobreza y el continuo mestizaje.

Por otra parte, la potenciación de la mezcla racial en este siglo XVII fue probablemente estimulada por las devastaciones de 1605-06 como factor desencadenante de una adicional oleada de pobreza y ruina, y, consecuentemente, causante de otra ola de emigrantes que ahora temían caer en manos de piratas extranjeros que no cesaban en sus incursiones con el propósito de apoderarse de este territorio insular que se despoblaba.

El proceso de hibridación, mezcla y fusión racial en la colonia española de Santo Domingo, parece haber sido ya generalizado a mediados del siglo XVIII. Ello puede advertirse en los apuntes del viaje que realizó desde la colonia francesa de Saint Domingue a la colonia española, en 1764, el francés, Daniel Lescallier, quien escribe -sin disimular su muy escaso aprecio por nuestro pueblo- al llegar a la ciudad de Santo Domingo, lo siguiente: “Esta ciudad está habitada por negros libres, mulatos, caribes y por una mezcla de todas estas especies. Hay allí muy pocas familias enteramente blancas. Varias, hasta de las que ocupan el primer rango si se observa bien que no han conservado toda la pureza de su sangre. Fuera de la capital no hay una sola de estas especies que no esté mezclada. Parece difícil conciliar el orgullo castellano con el poco escrúpulo que han tenido al mezclarse con todas las especies que nos vemos movidos a mirar con ojo despectivo o indiferente” (3).

Un factor que nos ayudaría a comprender mejor la dinámica de aquel intenso mestizaje en la colonia de Santo Domingo sería el escaso arraigo de los españoles y los portugueses en defender la “pureza racial”, cuyas dos nacionalidades constituían el grueso de la población blanca de la isla en un momento determinado. En efecto, adicional a la población de colonos españoles, en la isla de Santo Domingo hubo una notable inmigración de portugueses, a raíz de Felipe II, rey de Castilla, reinar a la vez en Portugal a partir de 1581.

Sin embargo, la acelerada decadencia demográfica de esa población blanca que emigraba o se absorbía en el mestizaje, sería, en parte compensada con las programadas inmigraciones de familias procedentes de las Islas Canarias, a partir de finales del mismo siglo XVII (4).

Respecto al poco interés del ibérico en defender su “pureza racial”, Angel Rosenblat (1902-1984), filólogo, demógrafo e historiador nacido en Polonia, formado en Argentina y fallecido en Venezuela, explica la particular carencia de aberraciones étnicas de españoles y portugueses en la forma siguiente: “La falta de prejuicio racial del español y del portugués se debe quizás a la formación misma del hombre ibérico, resultado de las mezclas más diversas: pueblos procedentes de Europa a través de los Pirineos, pueblos procedentes de Africa a través del Mediterráneo, fenicios, griegos, cartagineses, judíos, celtas, romanos, germanos, árabes, y con éstos una amalgama de pueblos diversos del norte de Africa. En su expansión americana el hombre hispano no tenía que defender ninguna pureza racial: le interesaba sobre todo su religión, de la que España era entonces campeona en el mundo” ( 5).


2- ¡ Dios me lleve al Perú ! :

Como decíamos, la temprana pobreza de la Isla La Española parece tener su origen en el desplome de las expectativas que sobre estos limitados territorios insulares ocasionó el repentino descubrimiento de vastísimas tierras en el continente, apenas transcurrían las primeras décadas del siglo XVI. La Península ibérica se despoblaba en ruta hacia los nuevos territorios de Tierra Firme, pero también tomaban esa misma ruta muchos de los colonos recién asentados en La Española y en otras islas antillanas. Por eso, poco antes de arribarse a la mitad del siglo XVI, posiblemente ya era tan sólo un vago recuerdo aquella favorable impresión que la belleza y la fertilidad de La Española había dejado en Colón y sus compañeros.

Con los asombros de esos nuevos descubrimiento la empresa de la colonización tomaba un matiz muy diferente a la primigenia contemplación de la ignota belleza insular antillana. Los pasados incentivos de Repartos de indios, los “Asientos” y aún la obtención de “Licencias” para importar esclavos de Africa ya quizás interesaba a pocos; el grito casi general de aquellos colonos insulares era “!Dios me lleve al Perú!”, con toda la carga de esperanza y entusiasmo por mejorar la condición económica que dicha expresión contenía (6).

La despoblación de La Española y la de otras islas cercanas podría hoy entenderse mejor si imaginásemos el alborozo que produciría a esos colonos ávidos de aventuras y riquezas el escuchar las fabulosas noticias provenientes desde Perú y México: “Eran noticias tan extremadas, que a los viejos hace mover, cuanto más a los mancebos”, se le comunicaba al emperador Carlos V desde una de las islas antillanas (Puerto Rico) en 1533 (7). Hubo, incluso, casos en que debióse tomar medidas drásticas para contener la ola migratoria hacia el continente, recurriéndose en algunos de estos territorios coloniales insulares antillanos a “la flagelación y al tajeamiento de los pies de los colonos emigrantes” (8) como medio para evitar la despoblación total que se avizoraba.

El Canónigo dominicano Carlos Nouel explica ese escenario así: “La Española amenazada de muerte a consecuencia de los recientes descubrimientos hechos en el Continente, y de la conquista de las regiones que componían el reino de Montezuma y el imperio de los Incas, y que, llamando la atención universal, alejaban de la colonia a sus moradores, precipitando así el despoblamiento de todos los lugares (...) La decadencia de la Española era asombrosa: ella ántes floreciente veía desaparecer de su seno, sus riquezas, su comercio, su industria y sus pobladores. Para Contener la progresión del mal, dictó la Corona algunas disposiciones favorables a este fin; pero inútiles fueron los esfuerzos de aquel laudable propósito, porque tardías habían sido las medidas” (9) .

Sobre el mismo tema se expresa otro historiador dominicano, Jacobo de Lara, en su estudio escrito en 1954-1955 titulado Bosquejo Histórico del Santo Domingo Colonial como clave del Santo Domingo de hoy, en cuyo trabajo cita al historiador norteamericano Otto Schoenrich quien expresa lo siguiente: “En unos cuarenta años después del descubrimiento Santo Domingo pasa al cenit de su gloria. México y Perú absorben la atención de España, y Santo Domingo cae en una situación de insignificancia política y económica”. El Señor de Lara acota a seguidas que: “De aquí la obra de España en la colonia, sobre todo en su desarrollo cultural, fue medio siglo de eminencia y gloria y dos siglos y medio de negligencia. Pero durante esos siglos de vida colonial una estructura social interna se iba formando dentro de la isla, y la amalgamación de las razas sigue su curso, aumentándose continuamente la proporción de mulatos debido a que durante esos siglos de aislamiento y pobreza de la colonia los blancos y los negros, en más o menos igual número” –ahora de Lara cita a Samuel Harzard-: “mantienen forzosamente más íntimas relaciones y dependen, ambos grupos, de su ayuda y compañía mutua”. “Al correr el tiempo –continúa de Lara- había allí más gente de color libre que esclavos y, lo que es aún más significativo, la mayoría de unos y de otros eran nacidos en el país y no traídos de Africa. La razón fundamental de esta situación era la política de España en sus colonia” (10) .

Aquellos seres confinados y atrapados en un mismo barco insular, casi abandonados a su suerte, obligados a sobrevivir juntos en pobreza, aislamiento y en acoso permanente de piratas y corsarios, conformarían el escenario propicio para la mezcla de razas y para el relativo acercamiento social y económico entre unos particulares amos pobres y unos atípicos esclavos, cuyo resultado posterior, al decir de otro visitante francés a nuestro territorio en el siglo XVIII, el historiador y abogado Mederic Louis Elie Moreau de Saint-Mery, quien al observar aquí el trato entre los amos y sus esclavos, escribió: “Los esclavos de los españoles son mas bien los compañeros de sus amos, que sus siervos” (11). Saint-Mery, al parecer, veía con cierto asombro que en Santo Domingo el amo y su esclavo lucían, más bien, amigos, lo que era inconcebible en la vecina colonia francesa de Saint-domingue (actual Haití), conocida por él.


“La despoblación de los indios y la emigración de los descubridores españoles –expresa por su lado el historiador dominicano de principios del siglo XIX, Antonio del Monte y Tejada- impidió que Santo Domingo llegase al grado de opulencia a que posteriormente se elevaron otras capitales del Nuevo Mundo, y es de presumirse que la Metrópoli de las Indias Occidentales (Santo Domingo:psr) no conservó en su seno en aquella época de transmigraciones complicadas sino la parte más sana de sus habitantes (...) y de este modo, al tiempo que Santo Domingo se debilitaba en su población sin renovarla, los nuevos descubrimientos (en el continente:psr) eran el asilo de hombres aventureros y sanguinarios. Los vicios se acrecentaron en estos países con el aumento de la población, mientras que las virtudes primitivas de los fundadores de Santo Domingo se conservan en el pequeño número de habitantes que poblaron las partes diversas de esta extensa isla” (12).

Como nota al margen debemos señalar que la expresión “extensa isla” está referida a la inexistencia de Haití (colonia de Saint-Domingue) en tiempos en que toda la geografía insular aún era colonia de España.

A partir de aquellas fabulosos noticias llegadas desde Tierra Firme, la emigración, la despoblación y las penurias económicas no pudieron ser detenidas en Santo Domingo, y sus consecuencias de ruina y pobreza se perpetuarían por generaciones. De ello existen múltiples evidencias.

“Las nuevas adquisiciones que hacíamos en el Continente –escribía el criollo Antonio Sánchez Valverde en 1785-, que debían haber contribuido al aumento de La Española (...) eran otros tantos principios de su ruina y despoblación (...) México, la Florida, Yucatán y el Perú la iban despoblando insensiblemente. Los vecinos más acomodados eran los primeros que la dexaban (...) Francisco de Montejo, para los establecimientos que se les concedieron en Yucatán; Lucas Básquez de Ayllón y Pánfilo de Narváez, para los de la Florida; y Heredia para los de Cartagena” (13). “Insensiblemente iban saliendo de la Española, o las familias enteras o los sujetos que se hallaban todavía con algún caudal antes de consumirle poco a poco sin esperanza de adelantarle (...) Los mismos transmigrantes convidaban y provocaban a otros de suerte que apenas se quedaban en la Española los que por su mucha miseria se hallaban imposibilitados de huirla (...) De las más distinguidas familias que se habían establecido apenas quedaban rastros. Las casas se arruinaban cerradas. Las posesiones de las tierras quedaban tan desiertas que llegó a perderse la memoria de sus propietarios en muchísimas y en otras la demarcación de sus límites” (14).

Los fenómenos que determinaron el fracaso económico de La Española no fueron exclusivos de esta isla, también los observamos en, al menos, otra colonia insular de la época, como se aprecia en la carta del Obispo de San Juan (colonia española de Puerto Rico) dirigida al Rey Felipe II, fechada 6 de Abril del año 1570, en la que expresa: “Advierto a vuestra magestad que es tan extrema la pobreza que digo desta iglesia que ni lo que tiene de Renta de fábrica ni los novenos de que vuestra magestad le haze merced llegan a dozientos y setenta ducados , y estos no bastan para comprar vino, harina y cera para dezir misa y aceite para la lámpara del santíssimo sacramento” (15).

Aquí, en la Isla La Española, un siglo después de la quejosa correspondencia del Obispo de San Juan, el Arzobispo de La Española, Carvajal y Rivera, se lamentaba en parecidos términos. En correspondencia a la corona, este Arzobispo escribía el 27 de Agosto de 1692: “Estado Eclesiástico: El más infeliz y miserable que he visto en mi vida (...) El culto divino el más indecente que jamás he visto, sin gente, sin órgano casi, sin ornamento ni ropa blanca, todo indecentísimo; la fábrica sin renta, acá todo caro y a veces no se halla, como sucedió este año que por falta de manteca se alumbró el Santísimo con una vela de sebo en la Catedral (...) La Iglesia más desgraciada que he visto en lo mucho que he andado, es ésta, y cuando por ser la Primada de las Indias, y ésta la primer tierra en que se plantó la fe, parecía conducente a estar más atendida, es el desecho de todas” (16).


3- El caso de la colonia de Cuba:

Sin embargo, otra isla, como fue el caso de la colonia española de Cuba, tuvo compensaciones y beneficios derivados de los nuevos descubrimientos en Tierra Firme. En parte, tales beneficios los obtuvo Cuba, específicamente el puerto de La Habana, a consecuencia de la pérdida de la preeminencia y del aislamiento a que empezó a ser sometida la isla de Santo Domingo. El reciente escenario geopolítico y los novedosos intereses de España así lo determinaron.

El historiador cubano Ramiro Guerra y Sánchez (citado en capítulo anterior) comenta sobre las causas que originaron el aislamiento de Santo Domingo y las que, a la vez, marcaron el inmediato inicio de la preeminencia del puerto de La Habana. Ramiro Guerra dice: “La proximidad de la región oriental de Cuba a La Española, centro de la colonización en el Nuevo Mundo durante varios años, favoreció el desarrollo de dicha parte de la isla (de cuba:psr) y de las poblaciones situadas en la costa meridional, más cercanas, no sólo a Santo Domingo, cabecera del virreinato, sino a las demás colonias fundadas en las islas o las costas continentales del Caribe. Pero la conquista de México primero, y el establecimiento de las rutas marítimas permanentes entre España y las Indias después, con escala forzosa de las naves en el puerto de la Habana durante el viaje de retorno, comenzaron a darle mayor importancia a la zona occidental, particularmente al puerto habanero.

En los primeros treinta años del siglo XVI –continúa Guerra y Sánchez- el puerto de Santo Domingo era el más frecuentado de las Indias (...) pero el cambio en el sistema de comunicaciones entre España y las Indias produjo una importante consecuencia en Cuba, además de asegurar la hegemonía de la parte occidental, cortó casi completamente las relaciones de la isla con la Española y la conectó más estrechamente con México y con la Florida” (17).

El cambio en el sistema de comunicaciones a que hace referencia Ramiro Guerra en el párrafo anterior tiene mucho que ver con el descubrimiento de las corrientes marítimas del Golfo de México, frente a la isla de Cuba, cuyas corrientes impulsaban a los barcos españoles que regresaban a la península después de reunirse en La Habana. Este puerto tomó desde entonces una extraordinaria importancia, cayendo Santo Domingo en una “situación de insignificancia política y económica”, como señalaba Otto Schoenrich.

El fenómeno del aislamiento de Santo Domingo y la inmediata preeminencia del puerto habanero tuvo, con el tiempo, resultados diversos y dispares en ambas colonias, los cuales podrían ser evaluados en forma elemental y sintética de la siguiente manera: como consecuencia de tal preeminencia, la colonia española de Cuba pudo obtener, como obtuvo, un mayor desarrollo económico que la aislada colonia española de Santo Domingo, pero, posiblemente a resultas de ese mayor desarrollo económico de ciertas élites de la colonia de Cuba, las relaciones y las visiones intra-sociales que allí fueron generándose, derivaron en la conformación de diversos males propios de un sistema esclavista ejercido en la prosperidad de unos pocos amos, dueños y colonos, a expensas de una masa mayoritaria de depauperados y de esclavos. Uno de tales males sociales, el discrimen racial, no podía potenciarse en una sociedad esclavista ejercida en aislamiento y pobreza como la colonia española de Santo Domingo.

Resultados objetivos de un sistema esclavista ejercido en la riqueza de unos pocos beneficiados, como los denunciados a finales del pasado siglo XX por el líder cubano, Fidel Castro, no pudo generarse ni se generó en Santo Domingo. Castro expresaba: “En los parques de muchas ciudades (cubanas:psr) se podía observar el espectáculo bochornoso de que blancos y negros debían transitar por diversos sitios. Muchas instituciones educacionales, económicas y recreativas privaban a los ciudadanos negros del acceso a ellas, y con esto, del derecho al estudio, al trabajo y a la cultura, y lo que es más esencial, a la dignidad humana” (18).

El citado historiador cubano, Ramiro Guerra explica el origen de otros males sociales producto directo de aquella preeminencia del puerto habanero: “En la Habana, las flotas fueron un factor de corrupción y de desorden. Tan pronto las naves fondeaban en el puerto y la gente saltaba a tierra, el juego se permitía y se toleraba sin limitación alguna. Convertidas las casas en garitos, los escándalos, las riñas y las muertes eran frecuentes. Al propio tiempo, marinos y pasajeros cometían toda clase de desafueros con el vecindario, sin respeto a las autoridades locales” (19) p. 91. “Los habaneros mantenían con las flotas otra forma particular de comercio. Vendíanles frutas, carne, pescado, legumbres (...) y proporcionaban a los pasajeros alojamiento en tierra, mientras los barcos permanecían en el puerto semanas y meses. El arribo de la flota convertía la Habana en un enorme hospedaje y en una inmensa casa de juegos, negocios ambos que rendían no poco provecho” (20).


4- Despoblación y pobreza en Santo Domingo
como problemas positivos:

¿Cómo pudo una sociedad, como la dominicana, obtener algún beneficio a partir de factores tales como pobreza y aislamiento?

La República Dominicana, cuyo pueblo es étnica y culturalmente mezclado profusamente, ha logrado atenuar desde hace más de tres siglos el problema del discrimen racial manifiesto, lo cual posiblemente no pueda lograrse a corto plazo en pueblo alguno, ni improvisándose, ni siquiera planificándose. Ello parece haber sido logrado a través de unos específicos procesos históricos que en la sociedad dominicana han ocurrido en forma muy particular.

Obviamente, al interior de la sociedad dominicana no habrá desaparecido aún el prejuicio racial, pero no existe ni ha existido discriminación ni odio étnico manifiesto.

En efecto, como ya lo hemos señalado, es escasamente probable que se generasen malquerencias étnicas y discordia social en una colonia en ruinas en donde, a la vez, sus diversas razas y culturas se fusionaban. El historiador Roberto Cassá nos ofrece una vívida impronta a ese respecto cuando apunta: “A duras penas se puede conceptuar como clase dominante a los hateros, típicos propietarios ganaderos, en realidad rústicos habitantes del campo con escasísimos niveles de acumulación y un estilo de vida no muy diferente del de sus contados esclavos” (21).

El historiador y académico dominicano, Frank Moya Pons, nos ilustra en ese sentido cuando expresa: “Entretanto, la colonia española de Santo Domingo, se debatía en medio de la pobreza, abandonada por España y amenazada por sus enemigos”(22). El Mismo Moya Pons enriquece su planteamiento y dice: “ La situación general de Santo Domingo y sus alrededores a mediados de 1680 era tal, que cuando llegó el nuevo gobernador Diego de Sandoval a sustituir a Antonio Osorio era de hambre, miseria y aflicción (...) muchos de los vecinos no pudieron ir a recibirlo por no tener ropa que ponerse”(23).

En ese mismo tenor se expresaba, a fines del mismo siglo XVII, el Arzobispo de Santo Domingo, Fr. Fernando Carvajal y Rivera, en un informe a la Corte fechado 10 de Agosto de 1690 que decía: “Celébranse los días de precepto misas de noche, mucho antes de amanecer, porque de no ser así, se quedarían sin oírla las dos terceras partes de la gente de ambos sexos, por no tener vestidos decentes en la ciudad, donde todos son conocidos” (24).

Fue en ese universo local de ruina y distensión en donde se gestó, a partir del siglo XVII, aquel intenso proceso de mestizaje, como lo expresa Roberto Cassá: “ La cercanía de amos y esclavos alentó el mestizaje. En particular, la pobreza operó como resorte que aproximó a libres, libertos y esclavos o a blancos, mulatos y negros. El mestizaje dejó de estar centrado en la relación entre blancos y esclavas para expandirse a nuevas variantes, que incluían esclavos con mujeres libres. Los cruces entre categorías sociales y étnicas no sólo eran producto de la realidad circundante sino de la voluntad de muchos para mejorar el estatuto social, lo que antes resultaba más limitado y se refería con exclusividad a las mujeres negras o mulatas. El resultado fue una relajación de las regulaciones que impedían a las personas de color ser aceptadas dentro del conglomerado superior.

Lo más importante de dicho proceso –continúa Cassá- fue que el mestizaje trascendió con mucho el aspecto biológico, teniendo consecuencias en variados órdenes culturales. El mulato criollo se identificaba a un paradigma cultural emergente (...) En todo caso, los mulatos perfeccionaron la simbiosis del aporte cultural hispánico básico con componentes africanos, constituyéndose en protagonistas del desarrollo de marcos culturales locales inéditos (...) La cultura criolla, si bien fue iniciada por la asociación con el nuevo medio de los españoles que decidieron tener en América su destino, cobró perfiles más amplios y definidos con la emergencia del sector mulato” (25).

Ahora observemos las opiniones que respecto a estos procesos nos ofrece el sociólogo y periodista dominicano José Ramón López, quien escribía en 1915: “Cayeron aquí las murallas que separaban a blancos y negros, porque fueron derribadas por la ignorancia y la pobreza”. Y continuaba: “ Las emigraciones al continente iberoamericano redujeron al mínimo la potencia económica del país, y la carencia casi absoluta de escuelas abatió la mentalidad del blanco hasta reducirla a la escasa que había alcanzado el negro nacido en la colonia. Naturalmente, pobres e ignorantes por igual ambas razas, desapareció el valladar que los separaba (...) Por eso aquí tenemos resuelto, aunque inconscientemente, el problema racial, el más pavoroso y terrible que se yergue hoy en los países en donde conviven negros y blancos” (26), concluye José Ramón López.

Vemos entonces, cómo, apenas a partir de los primeros decenios después del descubrimiento de la isla de Santo Domingo, problemas tales como el éxodo, la despoblación, el aislamiento, la pobreza, la pérdida de la preeminencia y el mestizaje, han estado, sin embargo, conformando importantes valores sociales.

La inexistencia de las tradicionales y generalmente conocidas prácticas discriminatorias en la sociedad dominicana es hoy mejor observada, no sin discreto asombro, por turistas y visitantes extranjeros. Ello tal vez sería parte de la magia del éxito de República Dominicana como destino turístico.

Es conocida a través de los medios de comunicación la clásica respuesta de quienes nos visitan al preguntárseles qué les agrada de nuestro país: “su gente”, suelen siempre responder ¿Por qué? Intimando con algunos de éstos llegamos a entender la razón de tal señalamiento: “me asombra y agrada –explican algunos visitantes- el hecho de que paso frente a gente de color y no percibo la clásica –sutil o directa- animadversión ni rechazo ni agresividad hacia mí; esto parece ser sincero de parte de los dominicanos; no es mero teatro. Pido permiso y me abren paso con discreta cortesía. Noto cómo los nacionales comparten espontáneamente personas de todos los colores. No conocí fenómeno tan natural en otras partes...” Este visitante no sabe, pero lo intuye, que tal “fenómeno” social es el producto de un particular proceso histórico de siglos y generaciones entre culturas y etnias diversas, siendo, en consecuencia, una de nuestras peculiares riquezas como nación.

La mitigación de las clásicas y “mundializadas” aberraciones raciales en República Dominicana se evidencia en las vigorosas muestras con que el pueblo ha rechazado las actitudes y las políticas racistas cuando alguien, ignorante de la particular naturaleza de nuestros procesos históricos, ha osado ponerlas en práctica. Ya en épocas del inicio de la anexión a España (1861), ese pueblo no toleró -ni hasta entonces conoció- las actitudes de un nuevo y odioso modelo de discrimen racial ejercido en su contra por parte de los militares y burócratas recién llegados desde la Península Ibérica y desde las colonias de Cuba y Puerto Rico. Estos recién llegados al parecer no entendían que el discrimen manifiesto y el odio étnico se generaban, más bién, en los sistemas donde coincidían esclavitud y riqueza, desconociendo que el patrón en la colonia de Santo Domingo había sido la pobreza común de amos y esclavos y el indetenible mestizaje. Tales actitudes discriminatorias provocaron, en parte, el choque cultural que desató las sangrientas y triunfantes guerras restauradoras.

El historiador y académico dominicano Emilio Cordero Michel se expresa sobre el surgimiento de ese choque cultural verificado en las guerras restauradoras, así: “A mi modo de ver, esa política de discriminación racial fue la que aumentó la agudización de las contradicciones hasta llevarlas a un nivel explosivo. Burócratas, oficiales y soldados que venían no podían aceptar la igualdad con negros y mulatos dominicanos” (27).

El mariscal español José La Gándara y Navarro en su libro Anexión y guerra de Santo Domingo. Tomo I, da su versión respecto a estos hechos: “Aconteció con frecuencia que los blancos desdeñasen el trato con los hombres de color o que repugnaran su compañía. En ocasiones hubo algún blanco de decir a un negro que si estuviera en Cuba o Puerto Rico, sería esclavo y podrían venderlo por una cantidad determinada” (28). En otra parte del mencionado libro el mariscal La Gándara dice: “El soldado y raso español no podía darse cuenta de que realmente fuera general o coronel el negro o mulato que detrás de un mostrador le regateaba un objeto de comercio” (29).

Cordero Michel concluye con que: “Aunque casi todos los oficiales apoyaron a Santana en sus proyectos anexionistas, cuando vieron el territorio nacional hollado por la soldadesca española y comenzaron a sufrir en carne propia los efectos de la política económica (...) y la discriminación racial y religiosa dieron inicio a los intentos restauradores de comienzos de 1863 que culminaron con el estallido revolucionario y popular del 16 de Agosto de ese año” (30).

En consecuencia, el dominicano de ayer y el de hoy no concibe ni entiende ni tolera tales aberraciones raciales; no porque se sienta blanco sino por la espontaneidad que le ha otorgado sus propias raíces históricas. La atenuación del discrimen racial debería ser considerado un valor adicional de la sociedad dominicana, el cual, en forma alguna ha sido un regalo, sino que, de hecho, ha tenido elevados costos pagados en forma de, entre otras, el abandono de la isla, el éxodo permanente, y los consecuentes siglos de pobreza.

Sin embargo, y concluyendo, no obstante a todos los notables valores sociales que hayamos obtenido en el decurso de nuestra historia, aún nos quedan muchos procesos por completar: aún la sociedad dominicana del presente exhibe con pasmosa similitud la dualidad social y económica de la pasada colonia; aún permanece la influencia de una añeja y sólida estructura conformada por velados prejuicios raciales, sociales y económicos; y, finalmente, aún la empresa de la nación dominicana carece de un socio absolutamente necesario y vital: el pueblo mayoritario, pobre y mestizo de siempre.-

Notas:
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1- Juan B. Fuentes Ortega; Psicohistoria; Los problemas psicohistóricos y el laberinto de la psicología. THEORÍA/ Proyecto crítico de Ciencias Sociales- Universidad Complutense de Madrid. Madrid, España.
2- Roberto Cassá; Historia social y económica de la República Dominicana-Tomo I. Editora Alfa & Omega, Santo Domingo, 2003, p.223.
3- Daniel Lescallier; Itinerario de un viaje por la parte española de la Isla de Santo Domingo en 1764; Relaciones geográficas de Santo Domingo. Sociedad Dominicana de Geografía, Vol. I; E. Rodríguez-Demorizi: Editora del Caribe, CxA, Santo Domingo, 1970, pp. 127-128.
4- Ver: Carlos Esteban Deive; Las Emigraciones Canarias a Santo Domingo, Siglos XVII y XVIII. Fundación Cultural Dominicana, Santo Domingo, 1991.
5- Angel Rosenblat; La Población Indígena y el Mestizaje en América, Tomo III; Nova, 1954, p. 19. / Ver: Hugo Tolentino; Raza e Historia en Santo Domingo, 1974, p.142.
6- Luis M. Díaz Soler; Historia de la esclavitud negra en Puerto Rico. Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, 1979, p.59.
7- Ibidem
8- Idem, p. 60.
9- Carlos Nouel; Historia Eclesástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo Primada de América, Tomo I; Editora de Santo Domingo. Santo Domingo, 1979, p.125.
10- Juan Jacobo de Lara; Bosquejo Histórico del Santo Domingo Colonial como clave del Santo Domingo de hoy; Clío, No. 131; Enero-Agosto, 1975, p.32.
11- Ver: Vetilio Alfau Durán; Notas para la historia de la esclavitud en Santo Domingo. Clío, No. 131, Enero-Agosto, 1975, p. 71.
12- Antonio del Monte y Tejada; Historia de Santo Domingo, Tomo III; Tercera Edición; Biblioteca Dominicana: Serie I-Vol. VIII, Ciudad Trujillo, 1953, p. 29.
13- Antonio Sánchez Valverde; Idea del valor de la isla de Santo Domingo; Editora Nacional; Santo Domingo, 1971, p. 107.
14- Idem, pp. 111-112.
15- Luis M. Díaz Soler; Ob. Cit., p. 69.
16- Carvajal y Rivera, Arzobispo de Santo Domingo; Cartas a S. M.; Relaciones históricas de Santo Domingo; Vol. III. Compilación de E. Rodríguez Demorizi. Archivo General de la Nación, Vol. XIII. Editora Montalvo; Ciudad Trujillo, R. D., 1957, pp. 93-94.
17- Ramiro Guerra y Sánchez; Manual de Historia de Cuba –Económica, Social y Política-. Cultural, S. A., la Habana, 1938, pp. 73 a 75.
18- Fidel Castro Ruz; Informe Central, I, II y III Congreso Congreso del Partido Comunista de Cuba. Editora Política / La Habana, 1990, p.12.
19- Ramiro Guerra y Sánchez; Ob. Cit., p. 91.
20- Idem, p. 89.
21- Roberto Cassá; Peculiaridades del surgimiento del Estado Dominicano; Clío, No. 164, Junio-Diciembre; Santo Domingo, 2002, p. 184.
22- Frank Moya Pons; El pasado dominicano; Fundación Caro Alvarez, 1986, p.18.
23- Frank Moya Pons; Manual de historia dominicana; UCMM, 1977, pp. 64 y 66.
24- Relaciones históricas de Santo Domingo, Vol. III. Emilio Rodríguez Demorizi; Editora Montalvo, Ciudad Trujillo, 1957, p. 75.
25- Roberto Cassá; Historia social y económica de la República Dominicana, Tomo I; Editora Alfa & Omega, Santo Domingo, 2003, p. 223.
26- José ramón López; La paz en República Dominicana; pp. 27-30.
27- Emilio Cordero Michel; Características de la Guerra Restauradora, 1863-1865; Clío No. 164, p. 48.
28- Ibidem
29- Emilio Cordero Michel; Ob. Cit., p. 49.

30- Ibidem
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